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Liderazgo Estoico: Marco Aurelio y su Trichera Mental

Foto del escritor: Carlos H. GómezCarlos H. Gómez

En el siglo II d.C., el Imperio Romano parecía una máquina imparable, con fronteras que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Pero en el año 166, esa ilusión de invulnerabilidad se hizo añicos. Mientras Roma lidiaba con una guerra en Persia y una peste que diezmaba a su población, las tribus germánicas del norte olieron la sangre en el agua. 



Los marcomanos, cuados y otros grupos bárbaros decidieron que era el momento perfecto para atacar. Cruzaron el Danubio cual avalancha descontrolada, saqueando ciudades y sembrando el caos en territorios romanos. Incluso llegaron a las puertas de Italia, algo que no se veía desde los tiempos de Aníbal.


Marco Aurelio, que prefería la compañía de los libros al blandir de las espadas, se encontró en medio de una tormenta perfecta. Con Lucio Vero recién muerto y una plaga que arrasaba con sus legiones, la situación pintaba peor que una resaca después de un bacanal. Pero en lugar de lamentarse, se arremangó y decidió que si los bárbaros querían pelea, la iban a tener.


Durante más de una década, desde el 166 hasta su muerte en el 180, Marco Aurelio dirigió personalmente las campañas contra las tribus germánicas en lo que se conoció como las guerras marcomanas. No era un guerrero nato, pero aprendió rápido. Pasó más tiempo en el lodo de los campamentos militares que en los lujosos palacios de Roma. 


En medio de este caos, Marco Aurelio encontró un refugio inesperado: sus propios pensamientos. Durante las noches heladas en el frente, mientras sus generales roncaban y el viento aullaba, el emperador sacaba sus tablillas y escribía para sí mismo. No eran discursos pomposos ni órdenes militares; eran reflexiones crudas sobre la vida, la muerte y cómo no perder la cabeza cuando todo se va al carajo.


Estas anotaciones, que nunca pretendieron ver la luz pública, se convirtieron en lo que hoy conocemos como las Meditaciones. Mientras otros buscaban venganza y sangre, él optaba por la calma y la razón. En un mundo donde todo es efímero y lo que rememora un recuerdo es sólo un objeto del pasado, Marco Aurelio encontraba consuelo en la idea de que todo es pasajero, incluso las peores crisis.


Sus Meditaciones no son sermones desde un pedestal dorado; son los desahogos de un hombre que carga el peso del mundo en sus hombros y aún así se esfuerza por mantener la cordura. Nos muestra que, aunque no podamos controlar lo que nos sucede, siempre podemos controlar cómo reaccionamos. 


A pesar de las victorias y de empujar a los invasores de vuelta más allá del Danubio, Marco Aurelio no pudo ver el final de la guerra. Murió en el 180, dejando a su hijo Cómodo al mando, quien resultó ser más inútil que un escudo de papel. Las guerras marcomanas fueron un recordatorio de que, sin importar cuán grande y poderoso seas, siempre habrá alguien esperando el momento perfecto para darte una patada en los dientes.


Hoy, en un mundo donde las crisis llegan sin avisar y desde todas las direcciones, la historia de Marco Aurelio nos enseña que no importa cuán jodidas estén las cosas, siempre puedes elegir cómo enfrentarlas. Puedes quejarte y rendirte, o puedes plantar cara, mantener la calma y seguir adelante, incluso cuando todo parece desmoronarse.

 
 

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